Hay muchos recuerdos escondidos, cada vez hay más tinta gastada, más sueños reducidos a palabras. Estos recuerdos se mezclan dentro de hojas y allí esperan a pasar su eternidad. Bienvenidos a la mía. - Meg Sternworth.

viernes, 27 de febrero de 2015

El amor asesinado.

El otro día os hablaba del libro "El gran libro de los cuentos de miedo y misterio" y hoy os traigo uno de ellos que a mí personalmente me encanto. Se trata del relato "El amor asesinado de Emilia Pardo Bazán".

Eva hacía tiempo que sufría por la pesadez con que el Amor llamaba a su puerta. Había intentado zafarse del pícaro Amor de mil y una maneras posibles, había intentado todas las tretas y los medios ilícitos, pero la persecución no cesaba, no tenía ni un momento de reposo.
Al principio pensó que si se alejaba dejaría de perseguirla, que poniendo tierra de por medio, viajando de un lugar a otro, conseguiría romper el hechizo que sujeta su alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor. Pero la huida resultó inútil, tiempo perdido; pues el pícaro rapaz se las apañaba para seguirla a cualquier lugar: se subía sigiloso al maletero del coche, se agazapaba oculto bajo los asientos del tren...  En una ocasión de deslizó al bolso de mano de Eva, y por ultimo consiguió esconderse dentro de sus bolsillos. En cada punto donde Eva se detenía, sacaba el Amor su cabecita maliciosa y de decía con sonrisa pícara de confidente: "No me separo de ti. Vamos juntos."
Entonces Eva, que ya había alcanzado un estado de angustia tan enorme que ni siquiera podía dormir, mandó construir una altísima torre bien resguardada con muros, bastiones, fosos y contrafosos, defendida por guardias experimentados, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas día y noche. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada de tedio a mirar el campo y a gozar de la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien Eva lo echó y colocó rejas dobles, con agudos pinchos, y se encarceló voluntariamente, solo consiguió que el Amor entrase por las gritas de la pared, por los canalones del tejado o por el agujero de la cerradura.
Furiosa, hizo tapar las grietas y calafatear los agujeros, creyéndose a salvo de atrevimientos y excesos; pero no contaba con lo mucho que sabe el Amor de tretas y travesuras. El muy ruin se disolvió en los átomos del aire, y envuelto en ellos se le metió en la boca y los pulmones, de modo que Eva se pasó el día respirándole, exaltada, enloquecida, con una fiebre muy semejante a la que causa la atmósfera sobresaturada de oxígeno.
Ya fuera de sí, desesperada por no poder mantener a raya al malvado Amor, Eva comenzó a pensar en la manera de librarse de él definitivamente, a toda cosa, sin reparar en medios ni detenerse en escrúpulos. Entre el Amor y Eva, la lucha era a muerte, y no importaba cómo se vencía, sino solo obtener la victoria.
Eva se conocía bien, no porque fuese muy reflexiva, sino porque poseía instinto sagaz y certero; y conociéndose, sabía que era capaz de engatusar con maulas y zalamerías al mismo diablo, que no al Amor, de naturaleza sensible y fácil de seducir. Se propuso, pues, engañar al Amor y desembarazarse de él de una vez por todas, del único modo en que era posible: asesinándole.
Preparó sus redes y anzuelos, y puso en ellos cebo de flores y de miel dulcísima. Atrajo al Amor haciéndole graciosos gruñidos y dirigiéndole sonrisas de embriagadora ternura y palabras entre graves y mimosas, en voz velada por la emoción, de notas más melodiosas que las del agua cuando se destrenza sobre las piedras lisas del río o cae suspirando en una fuerte morisca.
El Amor acudió volando, alegre, gentil, feliz, aturdido y confiado como un niño, impetuoso y engreído como un joven mancebo, plácido y sereno como un hombre fuerte y vigoroso.
Eva lo acogió en su regazo; lo acarició con felina blandura; le sirvió golosinas; le arrulló para que se adormeciese tranquilo, y así en cuanto vio que se calmaba y recostaba la cabeza en su pecho, se dispuso a estrangularlo, apretándole la garganta con rabia y brío.
Sin embargo, por un instante se conmovió, sintió pena y lástima, y se detuvo en su afán asesino. ¡Estaba tan lindo, tan hermoso el miserable Amor! Sobre sus mejillas de nácar, palidecidas por la felicidad, caía una lluvia de rizos de oro, finos como las mismas hebras de luz; y de su boca de color púrpura, risueña, de entre la doble sarta de piñones mondados de sus dientes, salía un soplo de aroma dulce y puro. Sus pupilas azules, entreabiertas, húmedas, conservaban la languidez dichosa de los últimos instantes; y plegadas sobre su cuerpo de perfectas porciones, sus alas color de rosa parecían pétalos arrancados. Eva sintió ganas de llorar...
No había remedio; tenía que asesinarlo si quería vivir tranquila y libre..., así que cerró los ojos para no ver al muchacho, apretó las manos enérgicamente, largo, largo tiempo, horrorizada del estertor que oía, del quejido sordo y lúgubre exhalado por el Amor agonizante.
Al fin, Eva soltó a la víctima y la contempló... El Amor ni respiraba ni se movía; estaba muerto.
Al punto mismo que se daba cuenta de esto, la criminal Eva empezó a sentir un dolor terrible, extraño, inexplicable, como una ola de sangre que ascendía por su cuerpo hasta su cerebro, como un aro de hierro que apresaba cada vez más fuerte su pecho, la asfixiaba. Comprendió lo que sucedía...
El Amor, a quien creía tener en brazos, estaba más adentro, en su mismo corazón, y Eva, al asesinarlo, había matado una parte de sí misma.

1 comentario:

  1. o.o es genial, una buena historia, con un buen final y ya sabes lo que dicen "lo bueno y breve, dos veces bueno" xDDD De Emilia Pardo Bazán sólo he leído Los Pazos de Ulloa, pero tengo pendiente también La madre Naturaleza :)

    Un beso! ^^

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